Temores

¿y si las que escriben poemas, las que escuchan canciones, las que aprenden citas de memoria, las tontas románticas que niegan serlo, no le importan a nadie?

¿y si las que quedan son las prácticas, las atrevidas, las que no divagan, las que no son yo?

¿y si me vuelvo una (otra) de las que tiene que desmentirse en público, de las que tiene que borrar post apresuradamente, de las que no sigues ni en las redes sociales?

¿y si llega ese día y ni siquiera me importa?

 

Mesario

Desde que cumplimos un año, nunca me acuerdo del dichoso aniversario mensual.

Y el cuarto del lado se alquila.

Mi vida: día 20, es un número lindo, ¿no? ¿por qué nos cuesta tanto?

Podríamos vivir sin celebrarlo, claro. Pero, antes, cada mes comíamos por ahí, nos regalábamos paseos, lo esperábamos. No quiero vivir sin eso.

Propongo que cada uno sea el encargado mensual de recordar la fecha. Este mes yo me acordé (tarde, pero segura) así que el próximo es tu misión.

Quedas informado.

(Vamos a tener que poner una alarma, en serio)

Planes

Te dedicaré en pasado

los versos que aún no he escrito,

las palabras más sublimes,

los sinónimos ya dichos.

Te dejaré que gobiernes

este reino compartido.

Te abrazaré en las mañanas

y en las noches, si es que hay frío.

Te escucharé las locuras,

aunque no entienda el sentido.

Te reprocharé cada cosa,

porque sabes que es mi estilo.

Te acompañaré en silencio,

si es que programas un sitio,

si es que redactas las clases,

si es que escribes todo un libro.

Te odiaré si te demoras,

si no entiendes lo que digo,

si rememoro momentos

en los que no tuve sitio.

Te dejaré, sin retorno,

si resulta alguien herido:

si lastimas mi corazón,

mi hígado o mi intestino.

Permitiré lo que quieras,

menos mentiras piadosas,

menos comidas ligeras,

menos negativas sosas.

A cambio te pido algo

(lo normal en estos líos):

que me dediques tu vida,

que para siempre seas mío.

 

 

 

 

 

Silencio

Hay días enteros en los que no hablo, en los que te vas temprano y me dejas en la cama, semidormida o semidespierta.

Esos días llego al trabajo y no hay nadie, o sí, está el grabador de audio, que se concentra en esperar las respuestas al correo de una novia lejana.

En el Facebook las notificaciones son miles y decido no abrir ninguna, antes de elegir a cuáles dar click. Los mensajes son menos, y se pueden leer en el resumen, sin abrirlos, sin alertar a los que lo enviaron de que los leí.

Redacto las notas refritas de los sitios de siempre, y mientras me detengo a leer los comentarios de siempre, se asoman y me preguntan si quiero café. Digo no con la cabeza.

Me pongo a pensar en el café como tema para miles de poetas, de escritores de blogs, de románticos reales y falsos, de personas que fingen amarlo, y de personas que no pueden vivir sin él. El café como excusa para entablar conversaciones, para tener sexo, para acercarte a alguien, para verse de cerca, para fumar, para reunirse, para huir.

Y yo, sin poder usarlo de justificación, porque no tomo y porque no lo amo; a riesgo de que me miren con asombro, o con desprecio, de que, a veces, no siempre, al decir “no” al café, me destierren del mundo de los cool, de los “ellos si”, de los poetas.

Me sacudo las divagaciones y sigo buscando notas para un noticiero que nadie escucha, mientras el aire acondicionado viejo pone el único sonido ambiente. A esta hora de tanto sol creo que no hay ni tráfico en 23. Si hay alguien afuera, las cortinas oscuras de alguna extraña forma están impidiendo que llegue el ruido.

Escucho también en silencio las grabaciones, no edito ninguna, hoy no es necesario. No interactúo con el grabador, él mismo, sin que yo le pregunte, me dice el tiempo total.

Imprimo las tres copias, las dejo en el buró de la cabina de transmisiones (no hay nadie, han salido a comprar dulces), y regreso a mi computadora. Ya se fue mi compañero silencioso.

Me siento, escribo un post sobre el silencio, mientras hablo conmigo misma, en un intento un poco tonto de escuchar voces, aunque sea en mi cabeza (eso no suena bien, pero no lo reescribo, no es necesario, nadie me lee).

Cuando el post acaba, me quedo tranquila, en silencio, esperando que suene el teléfono. Deseo con todas mis fuerzas que caiga la noche, que sea la hora de dormir, que no llegue la comida compartida, porque en días así seguro será silenciosa.

Quizás mañana estén todos más habladores. Quizás mañana ya no me sienta tan sola.

 

 

 

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